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Mientras espérabamos ayer nuestro vuelo, mi mamá me compartió una anécdota que me llenó de indignación.

Cuando ella y mi papá trabajaban en un periódico en Monterrey, poco después de que yo nací, uno de sus jefes citó a ambos en su oficina para sugerir que tal vez era mejor que ella trabajara sólo medio tiempo y, por ende, con menor sueldo.

El alegato del hombre era que se preocupaba mucho por ella porque era “una madre trabajadora” y que tal vez necesitaba estar conmigo más tiempo.

Con firmeza, mi mamá negó la oferta al espetarle que ella nunca había faltado a ninguna de sus responsabilidades ni en la oficina ni en la casa, cosa que no era de su incumbencia.

Le conté que hace poco unas amigas conversaban sobre un jefe machista que las subestimaba, les hablaba de manera altiva y hasta las insultaba.

“Qué triste”, dijo mi mamá, “más de veinte años y no cambian las cosas. Más de veinte años y el machismo sigue igual”.

A los hombres les es fácil desestimar reclamos de igualdad de las mujeres al tachalarlas de “exageradas” o “feminazis”.

Pero si invierten tiempo y esfuerzo en escuchar sus experiencias, como en estos casos, se percatarán de lo difícil que es ser mujer y luchar por la igualdad.

Mientras tú centras la conversación del feminismo en quién debe pagar la cuenta o abrir la puerta del carro, ellas salen a las calles a pedir que no las asesinen, que no las violen, que no las discriminen en el trabajo.

Mientras tú te quejas de la “friendzone” o de cómo no puedes decirle “hola” a las extrañas que ves en la calle, ellas todos los días caminan con temor de sufrir acoso, de que las toquen en el transporte público, de que sean blanco de miradas lascivas.

Por eso hoy invito a mis congéneres a que pregunten, escuchen y hagan un esfuerzo por entender a las mujeres que hay en su vida sobre experiencias de discriminación de género.

No salgan con que “es que los hombres también sufren violencia” o es que “las mujeres también son violentas”, pues es como si al hablar de los derechos de las niñas y los niños salieran con que “ah, pero ¿qué hay de los adultos? Los adultos también sufren violencia”.

Ellas lo saben, pero hoy se trata de abordar de forma específica la violencia de género, machismo y discriminación que sufren las mujeres.

Hoy no es un día para celebrar, pero sí para mostrar admiración, respeto y solidaridad con aquellas mujeres que luchan por un mundo más equitativo no sólo para ellas, sino para sus familias y amistades.

Hoy sé que mucho de lo que tengo y lo que soy es gracias a que mi mamá se atrevió a afrontar al machismo y al patriarcado.

Y sí, se llama feminismo porque es una ideología que busca la equidad de género, pero reconoce que son las mujeres quienes sufren de desventajas históricas que hoy las afectan de forma desproporcionada en los ámbitos social, económico, cultural y político.

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