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La gasolina encendió una vez más los ánimos del país.

La ebullición social ocurre ante la noticia de un “megagasolinazo”, como lo reportó Reforma, que traería un incremento de hasta 24 por ciento en el precio de este combustible fósil.

El aumento se debe a factores como la depreciación del peso frente al dólar, la liberalización del mercado y la eliminación del subsidio, como ya han expuesto especialistas.

El Instituto Mexicano de Competitividad (IMCO) derriba los mitos del “gasolinazo” al explicar en un artículo que el subsidio a la gasolina es bastante regresivo al beneficiar de forma desproporcionada al 20 por ciento más rico de la población.

Además, añade el texto, el subsidio es una política ineficaz para combatir la pobreza, tiene un grave impacto ambiental al incentivar al uso desmedido del hidrocarburo, y no necesariamente implica una inflación a largo plazo.

Queda claro que la eliminación del subsidio a la gasolina no es un problema, que incluso debería ser algo positivo.

Aun así, miles de personas en todo el país salen a las calles para manifestarse contra el encarecimiento de la gasolina e incluso han bloqueado vialidades como la carretera México-Querétaro.

Así es, acciones que provocarían gritos de “revoltosos” y “ridículos” contra los maestros sindicalizados, activistas que defienden los derechos humanos y otras comunidades vulnerables, ahora se ven como actos heroicos.

Carlos Brown Solà criticó en Nexos el populismo y la “hipocresía medioambiental” que revela la polémica nacional de la gasolina cara.

“En el imaginario colectivo nacional, éste se ha vuelto un indicador económico central para entender la situación de nuestro país: a decir de las reacciones que desencadenan, pareciera que el dólar y la gasolina baratos son las condiciones que nos sacarán del estancamiento económico”, argumentó.

Para ver la materialización de un conflicto interno hay que leer “Gasolinazo real” de Sergio Sarmiento, perenne defensor de liberalizar el mercado de la gasolina, quien intenta respaldar esto al tiempo que lamenta el incremento de precios que vendrá.

En papel, entonces, lo que ocurre con la gasolina es una oportunidad, algo positivo, pues ganan quienes creen en el libre mercado, quienes luchan por el medio ambiente y quienes defienden la redistribución.

¿Cuál es el problema si el “gasolinazo” no lo es?

Edna Jaime, directora de México Evalúa, lo expone de forma magistral en su artículo “El gasolinazo y la lógica de todo para mí”.

La analista expresa que, tras años de ignorar los argumentos contra el subsidio regresivo a la gasolina, ahora el gobierno lo elimina para financiar sus excesos, como gasto corriente, comunicación social, publicidad y programas con fines electorales.

“(Mientras tanto) el Presupuesto 2017 plantea recortes sensibles en aspectos estratégicos como la salud, la educación y la inversión en infraestructura física, lo que acentúa las condiciones para perpetuar una tasa de crecimiento mediocre”, advierte.

Pero estas preocupaciones no son las que se ven en las quejas contra el gasolinazo, por lo menos en las más estridentes.

No se escuchan las exigencias para un cambio de estrategia energética nacional más sustentable y eficiente, ni para un gasto gubernamental más eficiente que incentive el crecimiento, ni para mejorar el transporte público, ni para mejoras al desarrollo.

Lo que se escucha es una oposición populista que mitifica la gasolina mientras ignora que los países desarrollados abandonan los subsidios a los combustibles fósiles e invierten en energía limpia.

Lo que se escucha es el grito de una sociedad que gira en torno al carro y que no se preocupa por la canasta básica ni el poder adquisitivo de los más pobres a menos que el tema sea la gasolina.

Es difícil encontrar algo que valga la pena en las reacciones viscerales contra el aumento a la gasolina, opina Jorge Castañeda.

“Ya no sabe uno qué resulta más absurdo: pedir, como lo hace el presidente del PRI, que no se politice una medida tremendamente impopular del gobierno o pensar que con acciones individuales el gobierno dará marcha atrás”, escribe en El Financiero.

“Por eso este es el país del no pasa nada”.

Y es así como México desperdicia otra oportunidad para alcanzar la vanguardia por seguir atrapado en discusiones del pasado.

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